Se han producido muchas investigaciones como:
Los tréboles urbanos de las ciudades canadienses han perdido un grupo de genes que producía cianuro, y por tanto les protegían contra los herbívoros, pero a costa de hacerlos frioleros; en las ciudades no hay más que carnívoros, si te fijas, y la pérdida del cianuro inútil ayuda al trébol a soportar el frío que hace allí.
Unos lagartos urbanos de Puerto Rico han desarrollado unas patas más largas que les ayudan a recorrer las calles, y desde luego a cruzarlas. En Cleveland hace tanto calor que ha hecho que las hormigas se hagan genéticamente más tolerantes a las altas temperaturas. Hasta las ratas de Nueva York se han escindido ya entre las del norte y el sur de la ciudad. Dale a una especie una razón para evolucionar, y lo hará o perecerá. Nuestras ciudades son, desde luego, muy buenas razones para hacerlo. Todo asfalto y poca hierba, ruido y neón, barreras a la movilidad, aire sucio y peligros sin cuento, también nuevas oportunidades como la comida que tiramos a la basura, que agrada incluso al rudo jabalí montañoso. Darwin City: cualquier ciudad moderna.
Las poblaciones pequeñas y aisladas quedan al albur de un fenómeno llamado deriva genética: los individuos son lo bastante escasos como para que el azar empiece a contar decisivamente en su constitución genética. Una variante de un gen puede imponerse no porque sea beneficiosa, sino por mera chiripa. Esto es malo en algunos casos, como en la familia real británica, pero también estimula en ocasiones las verdaderas innovaciones.
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