jueves, 28 de febrero de 2019

Dale a una especie una razón para evolucionar, y lo hará o perecerá

La biología de Darwin se inspira en la geología de Lyell, el gran científico de la tierra de la generación anterior. En un tiempo en que la geología estaba sobresaltada por unas inciertas y grandes catástrofes como el diluvio universal narrado en la Biblia, el genio de Lyell fue despegarse de esos sesgos religiosos para intentar explicar la larga historia de la Tierra sin recurrir a los desastres bíblicos, sino mediante los modestos procesos físicos que podemos observar a diario. Pero observar la evolución en directo es incluso más difícil que observar la geología en directo. Los geólogos tienen el viento y la garganta, la erosión y las corrientes marinas que sirven muy bien como fenómenos cotidianos que acaban acumulando grandes efectos. Pero ¿cuál es el equivalente de eso en la biología? ¿Dónde está el diferencial del cambio evolutivo?
Se han producido muchas investigaciones como:

Los tréboles urbanos de las ciudades canadienses han perdido un grupo de genes que producía cianuro, y por tanto les protegían contra los herbívoros, pero a costa de hacerlos frioleros; en las ciudades no hay más que carnívoros, si te fijas, y la pérdida del cianuro inútil ayuda al trébol a soportar el frío que hace allí.
Unos lagartos urbanos de Puerto Rico han desarrollado unas patas más largas que les ayudan a recorrer las calles, y desde luego a cruzarlas. En Cleveland hace tanto calor que ha hecho que las hormigas se hagan genéticamente más tolerantes a las altas temperaturas. Hasta las ratas de Nueva York se han escindido ya entre las del norte y el sur de la ciudad. Dale a una especie una razón para evolucionar, y lo hará o perecerá. Nuestras ciudades son, desde luego, muy buenas razones para hacerlo. Todo asfalto y poca hierba, ruido y neón, barreras a la movilidad, aire sucio y peligros sin cuento, también nuevas oportunidades como la comida que tiramos a la basura, que agrada incluso al rudo jabalí montañoso. Darwin City: cualquier ciudad moderna.
 Las poblaciones pequeñas y aisladas quedan al albur de un fenómeno llamado deriva genética: los individuos son lo bastante escasos como para que el azar empiece a contar decisivamente en su constitución genética. Una variante de un gen puede imponerse no porque sea beneficiosa, sino por mera chiripa. Esto es malo en algunos casos, como en la familia real británica, pero también estimula en ocasiones las verdaderas innovaciones.

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