La empresa norteamericana Sema4 le envió un estudio genético de 283 enfermedades, un espejo en PDF en el que el informático barcelonés de 49 años no tardó en reconocerse. El retrato que reflejaba el documento fue muy certero en dos características, las únicas enfermedades para las que dio positivo. La primera, un defecto genético que origina una pérdida auditiva en grado indefinido, y que tiene la particularidad de que no aumenta con la edad. "Es verdad que tengo un oído con el que escucho menos pero mejor, y otro con el que escucho más pero peor", reconoce.
Su siguiente movimiento fue la visita al médico. Al endocrino, concretamente. En su consulta conoció una de las barreras más importantes para el buen uso de los tests genéticos: leer el ADN es muy fácil, pero interpretar el resultado es muy complicado, un trabajo para especialistas. Alfonso recuerda que le comentó al facultativo los resultados de la prueba, pero que no fue esta la que le llevó a que le recetara una medicación que ahora está pensando si tomarse o no, porque considera que los efectos secundarios son suficientemente indeseables como para pensárselo.
Mientras se decide, ha seguido tirando del hilo y se ha informado por su cuenta de la enfermedad. De momento, y en función de la información que ha recopilado, combina un suplemento nutricional con una hora de ejercicio físico diaria, y asegura que con eso no ha vuelto a sentir la flojera que le ponía en guardia antes de que, el pasado julio, decidiera someter su genoma al escrutinio de la ciencia. Por supuesto, esta "terapia" plantea dudas importantes. Buscar información en internet en lugar de seguir las instrucciones del médico sin rechistar siempre ha sido, es y será una opción en la que debe primar la cautela. Pero él está convencido de su eficacia, y no se puede descartar que esa convicción haya sido el auténtico remedio.
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