El 28 de agosto de 1859, el astronónomo Richard Carrington se percató de que habían aparecido en el Sol enormes manchas. El día 1 se produjo un violento estallido en nuestra estrella. Tan solo 17 horas y 40 minutos después, la eyección cargada de partículas de carga magnética muy intensa procedente de la gigantesca llamarada solar chocó contra el campo magnético terrestre, que no pudo soportar toda la carga: de deformó por completo, dejando pasar esta dañina emisión solar por la parte alta de la atmósfera, provocando las citadas auroras boreales y problemas en la red telegráfica.
¿Estamos preparados para algo similar?
A partir de aquí se comenzaron a elaborar protocolos por todo el mundo para hacer frente a una hipotética tormenta solar. «Ahora estamos más preparados y, sobre todo en Europa, es difícil que ocurran problemas importantes», señala Rodríguez-Pacheco, quien explica que nuestro continente está más protegido por su ubicación, a latitudes más pegadas al ecuador; y por el tipo de redes, mucho menos gigantescas de las construidas en EE. UU. y Canadá, por ejemplo. «Aún así, en meteorología espacial estamos a los mismos niveles que estaríamos de mediados del siglo pasado en la meteorología clásica», expone el investigador.El conocimiento científico del Sol también ha aumentado exponencialmente en las últimas décadas. Misiones nos han permitido fotografiar el astro ,orbitar muy cerca del fuego que desprende y conocer más acerca de su vida, de la que sabemos que tiene ciclos de once años o que sus fulguraciones son tan potentes que pueden «freír» una nave espacial o astronautas en cuestión de un suspiro.
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