domingo, 12 de mayo de 2019

Angeles y demonios de la viruela

Mucho antes de que se desarrollasen las primeras vacunas, Tucídides, el padre de la “historiografía científica”, había advertido de la existencia de la inmunidad en tiempos de la peste de Atenas descrita en su Historia de la guerra del Peloponeso. Según Tucídides, quienes habían padecido el cuadro clínico de la peste de forma leve, se habían hecho inmunes a ella y, por lo mismo, podían atender a los afectados. 
Tucídides fue uno de los pocos que logró escapar de la plaga de Atenas. En su texto dejó la pista que siglos después siguió el médico inglés Edward Jenner para inocular a un niño de ocho años el suero extraído de una pústula de viruela, haciéndole así inmune a la enfermedad. Ocurrió en el año 1796 y tanto la noticia, como el método, se extendieron de inmediato por Europa. Cuatro años más tarde, la vacuna de la viruela llegaba a España bajo el reinado de Carlos IV que, sensibilizado por los estragos de una enfermedad mortal por la que había perdido a su hija María Teresa, puso en marcha la primera expedición sanitaria de la Historia que sería bautizada como La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna.

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