lunes, 13 de mayo de 2019

Eres lo que te dices: la ciencia del diálogo interno


La forma en la que te hablas a ti mismo condiciona tu capacidad para afrontar las dificultades y determina la toma de decisiones

Un estudio sobre imágenes cerebrales ha demostrado el impacto de las autoafirmaciones. Los investigadores solicitaron a 67 participantes, 41 de ellos mujeres, que enumeraran distintas situaciones de la vida en función del valor que le daban. Después pidieron a algunos de ellos que recordaran algún momento positivo de esas situaciones a las que habían otorgado más valor. A través de las imágenes cerebrales, los investigadores descubrieron que cuando alguien piensa en una situación agradable de algo que realmente le importa se activa en su cerebro las áreas relacionadas con la recompensa (el cuerpo estriado ventral y la corteza prefrontal medial ventral).

La respuesta fue diferente entre aquellos que se imaginaban a sí mismos en aspectos a los que no dan tanto valor. Lo más revelador de la investigación ocurrió cuando se solicitó a los voluntarios que pensaran en situaciones futuras. En esos casos se activaron las áreas asociadas con el pensamiento sobre el yo (la corteza prefrontal medial y el cingulado posterior). Los investigadores llegaron a la conclusión de que pensar en nosotros en situaciones agradables futuras sobre aspectos que nos importan nos aporta una energía extraordinaria para tomar decisiones. Es decir, si estamos atravesando un mal momento y nos emitimos una autoafirmación como "cuando todo eso pase, estaremos disfrutando con los amigos", cogeremos fuerzas.
Rubén Montenegro

Otra investigación curiosa, dirigida por Ethan Kross, de la Universidad de Michigan (EE UU), se centró en la forma en la que nos hablamos. Un día Kross iba conduciendo y se saltó un semáforo en rojo, lo que le obligaba a parar. No lo hizo y se dijo a sí mismo: “Ethan, eres idiota”. Como buen psicólogo se dio cuenta de que se había tratado en segunda persona. No pensó: “Soy idiota”, como podía referirse en otras ocasiones. Aquello le dio pie a analizar cuál era el impacto que podía tener dicho cambio. Para descubrirlo realizó un experimento: pidió a un grupo de voluntarios que prepararan un discurso complejo en tan solo cinco minutos. Mientras lo escribían, a una parte del grupo les dijo que su diálogo interno tenía que ser en términos del yo. A otros, sin embargo, les propuso que durante la preparación se dirigieran a ellos mismos en segunda persona y que, incluso, se llamaran por sus nombres. Después analizó sus reacciones y la forma en la que se enfrentaron al problema.

El primer grupo, aquellos que se dirigían a sí mismos con el yo, reconocieron sentirse frustrados. Durante la preparación del discurso se repetían: “Cómo voy a conseguir aprenderme esto en cinco minutos”; “cómo voy a ser capaz de memorizarlo todo sin notas”. Los voluntarios del segundo grupo, sin embargo, tenían más probabilidades de darse apoyo e, incluso, consejos. Estos se decían a sí mismos: “Venga, Juan, puedes esforzarte para hacer un buen trabajo”; “María, ya has superado retos más difíciles”. De este modo, Kross comprobó que cuando nos tratamos a nosotros mismos ante situaciones complicadas en segunda persona tomamos mayor distancia de las emociones y somos más racionales. De algún modo, y gracias a esta fórmula, mejoramos la capacidad de vernos desde fuera y aprendemos a no ahogarnos en un vaso de agua ante los problemas.

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