Aún así, la OMS recomienda reducir el consumo de azúcar libre (la que se añade, no la que se encuentra de forma natural en algunos alimentos como la fructosa, en las frutas, o la lactosa en la leche) por debajo del 10% de la ingesta calórica total del día, e incluso anima a que este consumo baje del 5%, pues "produciría beneficios adicionales para la salud". Este año también la industria alimentaria se ha introducido en un proceso de reformulación de sus productos para reducir estos azúcares, además de la sal y las grasas saturadas. ¿Por qué si la glucosa es fundamental para el funcionamiento del cerebro no ayuda que comamos azúcar?
Cómo 'come' azúcar el cerebro
La glucosa —el término procede del griego y significa algo así como "azúcar de mosto"— es un compuesto orgánico muy común en la naturaleza, una forma de azúcar formado por grandes moléculas que, a través de lo que se denomina oxidación catabólica, se transforma en moléculas más pequeñas y simples, un proceso que libera una importante cantidad de energía que es utilizada para llevar a cabo el conjunto de reacciones químicas y fisicoquímicas que tienen lugar en todas las células vivas del organismo, lo que se conoce como metabolismo.
En concreto, "el cerebro consume 5,6 miligramos de glucosa por cada 100 gramos de tejido cerebral por minuto", explica Ramón de Cangas, de la Academia Española de Nutrición y Dietética. En el cerebro de un individuo adulto, añade, la mayor demanda de energía procede de las neuronas, de gustosexigentes: para ellas la glucosa es primordial, pues a diferencia del común de las células, que obtienen también energía de otro tipo de fuentes, las neuronas prácticamente dependen de esta sustancia. Por ello, a pesar de que el cerebro representa menos del 2% del peso corporal, gasta hasta el 20% de la energía del total de la glucosa que fabrica el organismo: es su principal consumidor.
De dónde obtenemos la glucosa
La glucosa, pues, es un componente esencial para la vida, y en concreto para el correcto desarrollo de las funciones cerebrales. Sin embargo, aunque sea un azúcar simple o monosacárido, no hay que tomar azúcar ni alimentos dulces para que el organismo cuente con la cantidad necesaria, un argumento al que frecuentemente recurre la industria de la alimentación para justificar la inclusión de azúcares en los productos que comercializan.
En efecto, si una persona adoptara una dieta libre de azúcar, no supondría problema alguno: el organismo tiene varios mecanismos para obtener glucosa", apunta De Cangas. "Además de obtenerla a través de la alimentación, nuestro cuerpo puede sintetizarla a partir del glucógeno, un polisacárido almacenado en el hígado y, en menor cantidad, en los músculos. También se genera glucosa a partir de unos productos de desecho de las grasas llamados cuerpos cetónicos, los cuales, en situaciones de hipoglucemia (bajo contenido de azúcar en sangre), pueden suplir esa carencia". Otras fuentes de energía son los ácidos grasos. "La grasa se almacena en forma de triacilglicéridos (una molécula de glicerol y 3 de ácidos grasos). En los humanos los ácidos grasos no pueden originar glucosa pero el glicerol sí, aunque en cantidades mínimas".
La cantidad justa: ni mucha ni demasiado poca
En definitiva, todos los alimentos que ingerimos acaban siendo reconvertidos, en mayor o menor medida, en glucosa, es decir, en energía para el organismo. En especial, el tipo de alimentos de más fácil reconversión es el grupo de los carbohidratos. Estos incluyen los azúcares libres que se añaden a infinidad de productos, pero también muchos otros, como los cereales, tubérculos, legumbres, productos lácteos, frutas y verduras. Si llevamos una dieta saludable y nuestro organismo funciona bien, no hay de qué preocuparse: el aporte de glucosa está asegurado, aunque no tomemos pastelitos nunca más. Ya se ha ocupado la evolución de contar con recursos para obtener el principal aporte de energía celular.
Pero, como es sabido, el organismo puede fallar por múltiples razones, también en lo que respecta a la obtención de glucosa. Cuando el aporte no es el necesario, es decir, cuando la cantidad de glucosa en sangre es excesiva o insuficiente, se produce, respectivamente, hiperglucemia e hipoglucemia.
La diabetes es una de las causas más extendidas de esa disfunción, y es debida a la resistencia a la insulina que presentan los afectados por esta enfermedad. La insulina es la hormona que se encarga de regular la cantidad de la glucosa en la sangre. Si esta no trabaja, se puede desencadenar tanto hiperglucemia (de forma más frecuente) como hipoglucemia, y las consecuencias de ello son todas negativas. "Los niveles elevados de glucosa en sangre permanentes", explica De Cangas, "pueden causar daños en varios órganos del cuerpo, como la retina, el riñón, las arterias o el sistema nervioso. Por otro lado, los niveles bajos de glucosa (por ejemplo los que causa la diabetes tipo 1 descontrolada) pueden conducir incluso a un coma diabético y a la muerte del paciente".
Cuando el cerebro nos pide comida, nos está enviando un SOS
Si la glucosa escasea aparecen varias disfunciones y patologías, tal y como ha evidenciado un estudio llevado a cabo por investigadores de universidades y centros de investigación de Alemania y Estados Unidos. "El metabolismo de la glucosa proporciona el combustible para la función fisiológica del cerebro a través de la generación de ATP —adenina trifosfato, la molécula estrella en el proceso de obtención de energía celular en las reacciones químicas—, la base para el mantenimiento celular neuronal y no neuronal, así como la generación de neurotransmisores", reza en el estudio.
"Si se altera el metabolismo de la glucosa —dice De Cangas— se pueden originar varias alteraciones neurológicas, así como obesidad, diabetes tipo 2, demencia, o Alzheimer: precisamente, uno de los signos más tempranos de esta enfermedad es la reducción del metabolismo de la glucosa cerebral".
Cabe destacar, añade De Cangas, que "si las neuronas no pueden obtener la glucosa que necesitan, se puede desencadenar incluso un proceso de muerte celular por autofagia; al no contar con el alimento que requieren para funcionar, estas células cerebrales obtienen la energía de sí mismas hasta morir".
Por ello, cuando los niveles de glucosa están por debajo de lo necesario, las neuronas activan una serie de señales de alarma que envían al conjunto del organismo: problemas de visión, irritabilidad, ansiedad, sudores, mareo, somnolencia, confusión, debilidad, hambre… un acervo de mensajes que provocan que la persona corrija esa falta de glucosa ingiriendo alimentos. Si la glucosa no aumenta, se pueden dar convulsiones, desmayos o incluso un coma, que podría terminar con una muerte neuronal. Por otro lado, los síntomas de la hiperglucemia (eso es una concentración de azúcar en sangre superior a los 180 miligramos por decilitro, mg/dL) son una sed desmesurada, dolor de cabeza, problemas en la concentración, visión borrosa, micciones frecuentes y pérdida de peso.
"En su camino ascendente, que lleva al equilibrio y por ende a la muerte, la vida dibuja un asidero y anida en él", dice Primo Levi respecto al proceso por el cual la glucosa se oxida para convertirse en energía. Sin duda, esta biomolécula es un buen ejemplo de la maravillosa capacidad del organismo de adoptar las más intrincadas maneras de aferrarse a la existencia.
Fuente: El País
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