Los genes varían aleatoriamente, para empezar porque ningún sistema de replicación es perfecto, y para continuar porque el entorno ofrece una amplia gama de factores mutagénicos que alteran su secuencia (gatacca…). Esto implica que cualquier población contiene variaciones azarosas en sus genes, y por tanto en sus propiedades externas. Cuando el entorno aprieta con su radiación solar, su escasez de alimento o sus nuevos predadores, algunas variedades de la población resultan, por mero azar, mejor adaptadas a las nuevas condiciones. El individuo que tiene la piel un poco más oscura, el metabolismo un poco más lento o las piernas un poco más rápidas vivirá más y se reproducirá más. Miles o millones de años después, la población estará dominada por sus descendientes, porque estos estarán mejor adaptados a las circunstancias. El darwinismo opera por un mecanismo negativo: las variaciones las genera el azar, y la selección natural consiste en matar a los que han perdido en la ruleta. Lo interesante (la variación) precede a lo importante (la adaptación al entorno).
Los mecanismos evolutivos que confirman los datos sobre los descendientes de los soldados apresados por los sudistas, y otros cuantos precedentes, implican un mecanismo evolutivo por completo diferente. El ambiente –el hambre, el estrés, el sufrimiento— afecta al genoma del sufridor, incluido el genoma de sus células sexuales, y por tanto de sus hijos y nietos. Aquí lo interesante (la variación) ocurre en respuesta a la presión del entorno. Es una reacción biológica, activa y comprensible a las exigencias del medio. El que sobrevive no solo lo hace por suerte, sino también por mérito: el mérito de cambiar cuando las circunstancias lo exigen. El mérito de que su genoma perciba el entorno.
Un soldado de la Unión, tras ser liberado de una prisión confederada
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