En todas nuestras células hay dos copias de cada gen y cada una tiene, en principio, un 50% de probabilidad de pasar a la siguiente generación. Sin embargo, hay genes que se saltan esa norma y comienzan a transmitirse con mayor frecuencia.
Eso se ha conseguido con los mosquitos que transmiten la malaria. El año pasado, un equipo de científicos del Imperial College de Londres (Reino Unido) aniquiló a una población de estos insectos introduciendo en el grupo una mutación genética que hacía estériles a las hembras. Con la técnica de edición Crispr cambiaron un gen clave en el 12% de una población de 600 insectos e iniciaron una reacción en cadena. En un año, la mutación se extendió y entre siete y once generaciones después no quedaba un mosquito vivo en un grupo que, si se hubiese reproducido con normalidad, alcanzaría los 20 millones.
En sus experimentos, los investigadores jugaron con una variante genética que produce ratones albinos. Para insertarla, diseñaron machos y hembras con distintos componentes del sistema de cortapega genético Crispr/Cas9 con el que seleccionaban el trozo de ADN que cortar y la secuencia con el que se debía sustituir. Con esta técnica fueron capaces de incrementar el ritmo natural de transmisión de la mutación que producía ratones blancos del 50% hasta el 72%, pero ese éxito solo se logró en las hembras. Para que los cambios en el genoma pasen a la siguiente generación, es necesario que el sistema se active en un momento concreto del desarrollo del embrión y como los ritmos son diferentes en machos y hembras en un sexo funcionó y en el otro, no.
Eso se ha conseguido con los mosquitos que transmiten la malaria. El año pasado, un equipo de científicos del Imperial College de Londres (Reino Unido) aniquiló a una población de estos insectos introduciendo en el grupo una mutación genética que hacía estériles a las hembras. Con la técnica de edición Crispr cambiaron un gen clave en el 12% de una población de 600 insectos e iniciaron una reacción en cadena. En un año, la mutación se extendió y entre siete y once generaciones después no quedaba un mosquito vivo en un grupo que, si se hubiese reproducido con normalidad, alcanzaría los 20 millones.
En sus experimentos, los investigadores jugaron con una variante genética que produce ratones albinos. Para insertarla, diseñaron machos y hembras con distintos componentes del sistema de cortapega genético Crispr/Cas9 con el que seleccionaban el trozo de ADN que cortar y la secuencia con el que se debía sustituir. Con esta técnica fueron capaces de incrementar el ritmo natural de transmisión de la mutación que producía ratones blancos del 50% hasta el 72%, pero ese éxito solo se logró en las hembras. Para que los cambios en el genoma pasen a la siguiente generación, es necesario que el sistema se active en un momento concreto del desarrollo del embrión y como los ritmos son diferentes en machos y hembras en un sexo funcionó y en el otro, no.
No hay comentarios:
Publicar un comentario