Hay ciertos procesos cerebrales que determinan que no sintamos las mismas sensaciones en soledad que en compañía. No percibimos lo mismo cuando acariciamos nuestra propia mano a cuando alguien querido lo hace. Quien lo probó, lo sabe. Y, ¿alguna vez ha intentado hacerse cosquillas? Si lo logra, probablemente no le hará ninguna gracia.
El cerebro atenúa la percepción sensorial cuando somos nosotros mismos quienes nos tocamos, pero que no lo hace cuando es otra persona quien lo hace. Esto aumenta nuestra comprensión sobre el tacto y muestra que el sistema nervioso prioriza aquellos estímulos cuyo desenlace no conoce. Por este motivo, por ejemplo, normalmente una persona no puede hacerse cosquillas a sí misma.
Para entenderlo, hay que recordar que la piel está recorrida por múltitud de sensores que reaccionan al tacto, a la presión, al calor o al frío. Estos sensores recogen información del entorno y la envían a la médula espinal, desde donde la información viaja al cerebro para ser procesada y convertida en percepciones más complejas.
La clave del factor sorpresa
Los avances de este estudio indican que cuando nos tocamos nosotros mismos, se activan menos regiones cerebrales y que lo hacen con menor intensidad que cuando son otros quienes lo hacen. La clave parece estar en que cuando alguien nos toca no tenemos información sobre si ese gesto seguirá o cambiará. Por eso, la mayor parte de la gente no puede hacerse cosquillas: no hay elemento sorpresa.
En una primera prueba, midieron la actividad cerebral de personas sanas a través de técnicas de resonancia magnética, en unas ocasiones mientras ellos mismos se tocaban el brazo y en otras cuando eran los propios investigadores quienes lo hacían.
En una segunda prueba, le pidieron a los participantes tocar sus propios brazos a la vez que los investigadores les rozaban con un filamento de plástico. En estos casos, les preguntaron si sentían el plástico y si percibían más su propia caricia en sus manos (dándola) o en su brazo (recibiéndola).
De esta forma, averiguaron que el cerebro prioriza los estímulos táctiles procedentes de extraños por encima de los propios.Según Böhme, lo que sí sorprendió a los investigadores fue el grado de diferencia entre ambos tipos de estímulos.
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