martes, 16 de octubre de 2018

La inmortalidad no era esto

Henrietta Lacks empezó a preocuparse por un sangrado vaginal a finales de 1950 o principios de 1951. Siendo pobre, afroamericana y madre de cinco hijos pese a tener solo 31 años, tuvo que presentarse directamente en el John Hopkins, uno de los pocos hospitales que admitían pacientes de esa extracción social. Su ginecólogo le diagnosticó enseguida un tumor maligno en el cuello del útero, tomó una biopsia del tejido canceroso y trató a Henrietta con radio, el mejor tratamiento disponible en la época. No funcionó, y la mujer murió a los pocos meses. Pero, antes de eso, el ginecólogo había entregado parte de la biopsia a su colega George Gey, un investigador que trabajaba en el mismo edificio.
El doctor Gey llevaba unos años intentando cultivar las biopsias de ese tipo de tumores, pero las células morían en cuestión de días. Las muestras de Henrietta Lacks resultaron muy diferentes. Se replicaban cada 24 horas, se transferían sin problemas a nuevas placas de cultivo y se podían enviar a científicos de otros centros para hacer todo tipo de investigaciones. El doctor Gey tomó la primera sílaba del nombre y el apellido de Henrietta Lacks y llamó HeLa a su cultivo. Fue la primera línea celular humana inmortal, a todos los efectos. Todos los alumnos de biología las estudian en sus cursos, y en los 70 años que han pasado desde la muerte de la paciente han sido una poderosa herramienta para el avance de la medicina: el desarrollo de la vacuna de la polio, el estudio del genoma humano, la investigación del cáncer y su relación con las hormonas, las toxinas, los fármacos, los virus o la radiación. Antes desaparecerá la humanidad que la línea HeLa.
Micro fotografía electrónica de las células HeLa  rn rn

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