martes, 17 de abril de 2018

En 2029, Finlandia prohíbe usar carbón como energía

Finlandia ya no utilizará carbón para generar energía por el 2029. El ministro de Medio Ambiente, Kimmo Tiilikainen, conocido por su defensa en reducir los gases de efecto invernadero, adelantó el martes pasado un año la prohibición del uso de este combustible fósil --el plazo previsto hasta ahora era 2030--, a la vez que avanzaba el plan de subsidios que el gobierno finlandés proyecta para las empresas energéticas que abandonen el carbón en 2025.

El objetivo de Finlandia responde al impulso político en consonancia con el Acuerdo de París y al complejo sistema de plantas de producción combinada de calor y electricidad (CHP) destinado a abastecer, sobre todo, a los grandes núcleos urbanos. Renunciar al carbón, que supone el 10% de la energía finlandesa, supondrá un cambio gradual por otras alternativas durante los próximos diez años, a un ritmo del 1% anual.

El plan de eliminación del carbón resulta una buena medida dentro del marco de la Alianza global para Eliminar el Carbón, resaltan Mari Pantsar y Aarne Granlund, directora e investigador del departamento de Economía Circular de Carbono Neutral en el Fondo Finlandés de Innovación Sitra. “El carbón para la electricidad implica 800 gramos de CO2 por kilovatio hora, mientras que la solar, eólica y nuclear son entre 4-15 gramos de CO2 por kWh, según el análisis del ciclo de vida. Otra ventaja estará en la disminución de las importaciones de energía de Rusia, pero con el inconveniente de que no reducir los derechos de emisión ni las emisiones totales de CO2 en Europa”, apuntan estos expertos.

Las implicaciones climáticas de la medida son mínimas, comparte Finnish Energy (ET), la patronal del sector energético finlandés. “Reducir el carbón a nivel nacional no reducirá el total de las emisiones de CO2 en la UE. No hay prácticamente ningún beneficio para el clima. Acelerar la eliminación de 2030 a 2025 costará alrededor de 200 millones de euros, mientras que la reducción de emisiones en centrales eléctricas finlandesas supondrá uno o dos millones de toneladas de CO2 totales. El coste sería de 100 euros por tonelada de CO2 o más. Hay vías más baratas disponibles en otros ámbitos”, defiende el director general de la entidad, Jukka Leskelä.

Aunque técnicamente es posible, el objetivo de 2029 supone un margen demasiado corto para las empresas energéticas, recalca a Leskelä. “Todas tienen un plan para eliminar progresivamente el carbón hasta 2035, pero el objetivo de 2029 implicará soluciones caras y provisionales”, advierte el portavoz de la patronal, quien defiende que los productores energéticos están cada vez más convencidos de prescindir del carbón.

La subvención prometida por el gobierno finlandés alcanzará los 90 millones de euros para las empresas que abandonen el carbón en 2025. “Eso cubrirá solo una pequeña parte del costo de la transición del carbón a las energías alternativas”, indica el profesor Lund. “El subsidio se dará muy probablemente sólo por la diferencia de coste de invertir antes en lugar de seguir invirtiendo hasta 2029. Tampoco se ofrece información de los detalles de la ayuda”, critica Leskelä.

La dependencia de Finlandia en la energía nuclear se remonta a su pasado político e industrial. “Para pagar la deuda de la guerra a la Unión Soviética, desarrollamos industrias pesadas como el acero, el papel y la celulosa, que requerían una cantidad de energía que en principio se obtuvo de centrales nucleares en colaboración con los soviéticos, como parte de los acuerdos comerciales bilaterales. Su vinculación a la industria pesada ha creado esa dependencia a largo plazo”, apunta Janne I. Hukkinen, profesor de política ambiental en el Instituto de Ciencia de la Sostenibilidad (HELSUS) de la Universidad de Helsinki.

Pero la prohibición del carbón significará también, recuerda el investigador Hukkinen, que las plantas de energía quemen más madera y turba. “La turba --un carbón ligero y esponjoso que se encuentra en lugares pantanosos--, es igual o peor que el carbón. Su extracción provoca considerables impactos negativos sobre la calidad del agua y la biodiversidad. La madera tampoco es mucho mejor, en relación con el valor inferior de la energía y los efectos secundarios negativos del cultivo y el procesamiento”, concluye. 

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