El investigador explica que muchas de estas proteínas participan en dos procesos fundamentales: la plasticidad sináptica (la remodelación de las conexiones entre neuronas) y la transducción de señales (la comunicación a través de membranas celulares). Pero hasta ahora no se sabía que fueran tan duraderas ni que pudiera ser interesante estudiarlas para entender las bases de la memoria.
Para obtener estos resultados, el equipo de Huganir crió varios grupos de ratones a los que alimentó con comida rica en ciertos isótopos (elementos químicos iguales que se distinguen en el número de neutrones). Después de que los ratones comieran estos alimentos marcados durante semanas, los científicos pudieron observar cómo aparecían y desaparecían las proteínas que se querían investigar. Para ello, recurrieron a una técnica conocida como espectrometría de masas, que les permitió detectar dichos isótopos.
Tanto el cuerpo de un hombre como el de un ratón están en constante cambio. Al igual que los insectos mudan su exoesqueleto, las células van renovando las moléculas de su interior. En el mundo de las proteínas, esto se traduce en que la mayoría solo duras unas horas o días antes de ser degradadas y recicladas para otras tareas. Sin embargo, algunas duran mucho más, como el cristalino y el colágeno.
El neurocientífico recuerda que todavía «no
entendemos cómo el cerebro almacena los recuerdos». Sí se ha averiguado que las
sinapsis se remodelan constantemente, y que se establece un sistema dinámico en
el que «aprendizaje y olvido son las dos caras de la moneda, puesto que
dependen de mecanismos parecidos», apunta. También se sabe que de los recuerdos
solo se almacena una parte de la información y ciertos detalles. Lo contrario
sería imposible de soportar. Por último, también se considera que ciertas áreas
cerebrales (como el hipocampo o el córtex prefrontal) están implicadas en
algunas de las distintas formas de memoria.
Lo interesante, según Lerma, es que «probablemente
los mecanismos más básicos de la memoria son iguales en moscas, ratones y
humanos», por lo que desentrañarlos en roedores abriría la puerta, quizás, a
entender la memoria y a evitar perderla con la edad.
Como esto podría requerir varias décadas de
investigación, quizás convendría recurrir a la gimnasia cerebral, tal como
sugirió Ramon y Cajal. Parece ser que los cerebros sometidos a actividad
intelectual son cerebros más ricos estructural y molecularmente y menos
susceptibles de deteriorarse.
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