Los intestinos y el cerebro se intercomunican a través de un eje que, según los estudios de Giuseppe De Palma o Premysl Bercik, de las universidades de Brescia (Italia) y Hamilton (Canadá), entre otros muchos, funciona mediante múltiples caminos que incluyen vías hormonales, neuronales y de mediadores del sistema inmune.
De esta forma, lo que comemos afecta al cerebro, según se ha vuelto a poner de manifiesto en el encuentro de la Sociedad Española de Probióticos y Prebióticos (SEPyP)celebrado la pasada semana en Zaragoza. Con esta premisa, investigadores de las universidades de Almería y Jaume I de Castellón, han detectado efectos beneficiosos del consumo de bacterias comunes en los productos lácteos fermentados. En un estudio con enfermos de fibromialgia han observado que reduce la impulsividad en la toma de decisiones, facilita los cambios de tarea y favorece la capacidad de adaptación.
El trabajo, desarrollado en un novedoso campo, ha contado con la participación de científicos de los grupos de investigación de ciencias de la salud, psicofarmacología, neurotoxicología, neuropsicología experimental y aplicada y de neurociencia cognitiva. Eligieron los pacientes de fibromialgia por la accesibilidad a un grupo de ellos y los síntomas que padecen, entre los que se encuentran pérdida o dificultad de concentración, olvidos, disminución de vocabulario y lentitud mental. Además, esta patología está asociada a disfunciones emocionales y cambios repentinos del estado de ánimo, así como a signos de fatiga y cansancio continuados.
El investigador destaca que las bacterias también se encuentran en los productos lácteos comunes y de fácil acceso en cualquier tienda y que las cantidades necesarias para obtener sus beneficios son las habituales de cualquier dieta equilibrada. El mecanismo, según describe, es que la flora intestinal interactúa con el sistema nervioso.
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