Un grupo de entomólogos americanos recolectó
trabajadoras de 20 especies de hormigas diferentes de un centenar de colonias.
Por medio de su inmersión en etanol y posterior centrifugado, obtuvieron los
componentes básicos de la cutícula que forma el exoesqueleto de los insectos.
Tras colocarlas en recipiente con un cultivo de bacterias Staphylococcus
epidermidis, comprobaron que 12 de las especies inhibían el crecimiento
bacteriano.
Los autores de la investigación, publicada en la
revista científica Royal Society Open Science, partían de una hipótesis:
cuánto más grandes las colonias que forma una determinada especie, más
expuestas a los patógenos. Así que deberían de segregar agentes antimicrobianos
más potentes. Sin embargo, no encontraron correlación entre dimensiones del
hormiguero y potencia.
"De hecho, la hormiga que produjo el antimicrobiano
más potente en nuestro estudio, conocida como hormiga ladrona [Solenopsis
molesta], vive en colonias de unos pocos centenares de trabajadoras. Estas
hormigas son, además, las más pequeñas de todas las que hemos estudiado. Cuando
analizamos especies que forman supercolonias, llamadas así porque estos
gigantescos hormigueros pueden extenderse centenares de kilómetros y contener
millones de hormigas, no encontramos evidencias de actividad
antimicrobiana", comenta Penick.
Aún queda mucho para convertir a las hormigas en
factorías de antibióticos para las enfermedades humanas. Hay que comprobar la
acción de sus antimicrobianos contra otras bacterias, identificando los
principales entomopatógenos. Tendrán que localizar todos los mecanismos que
usan los formícidos para crear estos componentes activos y aislarlos.
Pero las
hormigas parten con una ventaja: la aparente ausencia del desarrollo de
resistencias. "Los humanos llevamos usando antibióticos menos de 100 años
y muchos patógenos ya han desarrollado resistencia. Estamos inmersos en lo que
algunos llaman una carrera de armamentos antibióticos, donde los patógenos
generan resistencia a nuestros antibióticos tan rápido o más que nosotros
descubrimos unos nuevos", recuerda Penick. Y añade López-Uribe:
"La relación entre patógenos y antibióticos en las hormigas es mucho más
equilibrada. No hay abuso de los antibióticos, por lo que la presión selectiva
sobre los patógenos es menor y la evolución de resistencias es menos
problemática".
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