“¿No sería genial convertir un tatuaje
en un relicario? ¿Poner un pedacito de algo que te
importara en el tatuaje?” Cuatro años después de hacerse estas
preguntas, Duffy que hasta entonces dirigía un programa de buceo terapéutico
para veteranos del Ejército, vio nacer a Everence. Esta sustancia, que patentó
junto a otros cuatro socios, es un polvo sintetizado a partir de una muestra de
ADN, que en muchos casos viene de las cenizas que dan como resultado la
cremación. El polvo, que se almacena en un pequeño frasco, se le entrega al
tatuador para que lo añada a cualquier tipo de tinta. ¡Voilà, tendrás por siempre una parte de tu ser
querido! Pero, no tiene por qué ser solo humano. La empresa también lo hace con
el ADN de perros y gatos o “cualquier otro amigo peludo”, añade The New York
Times.
Esta práctica
se une a otras que apenas están incursionando en el mundo del tatuaje
biogenético, o sea, la de crear tintas que incluyan elementos orgánicos.
La tinta
mórbida, como se ha dado a conocer popularmente no es nada nuevo. En el pasado
algunos biohackers había mezclado material orgánico en las tintas, pero este
terminaba siendo absorbido por el cuerpo de la persona tatuada.
Según
explica desde Everence, los clientes que están interesados en utilizar su
técnica le envían sus muestras de
ADN. Una vez en sus manos, ellos pulverizan, esterilizan y guardan
el ADN en cápsulas microscópicas de plexiglás –material que tiene otros usos
médicos como en la cirugía cosmética-. Es este recubrimiento el que permite que
el ADN no sea absorbido por el cuerpo y quede en la tinta permanentemente. Esta
práctica no supone un riesgo más que los que ya conlleva un tatuaje regular.
La
ciencia y la tecnología han permitido que el ácido nucleico que contiene las
instrucciones genéticas de todos los organismos vivos esté presente en los
objetos menos pensados.
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