Un grave inconveniente de la «hipótesis terrestre» para el origen de la vida es que parece que ésta se produjo en un periodo de tiempo demasiado breve. Según la teoría, en efecto, la «sopa primordial» de la que surgieron los primeros seres vivientes debió formarse dentro de los primeros 800 millones de años después de la estabilización de la corteza terrestre, un lapso de tiempo que muchos investigadores consideran insuficiente.
Por otro lado está, la gran hipótesis de la panspermia, que sostiene que la vida no se originó en la Tierra, sino que llegó a nuestro planeta, y a otros muchos, a través del espacio. Esta es apoyada por la existencia comprobada de microorganismos capaces de sobrevivir a las duras condiciones espaciales.
Una buena parte del trabajo de los investigadores, y de las pruebas presentadas en favor de la panspermia, giran alrededor de la capacidad transformadora de los retrovirus (capaces de integrar su propio material genético en el genoma de los huéspedes infectados para obligarles a producir más virus).
Sabemos además, gracias a un estudio publicado en Nature Communications en 2017, que los retrovirus surgieron en el océano, hace al menos unos 460 millones de años, junto a sus huéspedes vertebrados. Y que a medida que éstos huéspedes fueron evolucionando y transformándose en nuevas especies, sus equivalentes virales se fueron transformando de forma similar. Lo cual, para Steele y sus colegas, encaja a la perfección con la hipótesis de la panspermia H-W.
Sin duda, uno de los aspectos más llamativos del estudio es la idea de que, junto a virus y bacterias, también nos «llueven» del espacio formas de vida más complejas. Como por ejemplo los pulpos.
En general, los cefalópodos cuentan con un árbol evolutivo bastante confuso, que apareció por primera vez hacia finales del Cámbrico y cuyo origen, en apariencia, procede de un único «nautiloide» ancestral.
Pero entre todos los cefalópodos, el pulpo es sin duda el más
intrigante, ya que sus increíbles características (un sistema nervioso
complejo, ojos sofisticados o su capacidad de camuflaje) aparecieron de forma
repentina en su historia evolutiva. De hecho, según los investigadores, los
genes necesarios para que surgieran todas estas capacidades no están presentes
en ninguno de sus antepasados. Lo cual podría ser una prueba de que fueron
tomados directamente del Cosmos.
En concreto, el pulpo muestra una serie de diferencias bioquímicas muy
específicas con respecto al nautilo, su pariente vivo más cercano. En
particular, existen evidencias de cambios súbitos y masivos en su ARN, y por lo
tanto en sus proteínas, con respecto a las que se suelen encontrar en las
estructuras neuronales del resto de los cefalópodos. Dichos cambios solo
afectaron a los pulpos, y no se encuentran en ningún otro logar en la
Naturaleza, ni siquiera en sus parientes más próximos.Para Steele y sus colegas, «una explicación plausible, desde nuestro punto de vista, es que los nuevos genes son probablemente nuevas importaciones extraterrestres a la Tierra, más plausiblemente como un grupo de genes funcionales dentro de (por ejemplo) huevos de pulpo fertilizados, criopreservados y protegidos con una matriz. Sería una explicación adecuada para la aparición repentina del pulpo en la Tierra hace unos 270 millones de años».
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