La manipulación genética, en realidad, es una herramienta esencial de unas investigaciones biomédicas que prometen salvar millones de vidas, y puedes leer en Materia un excelente ejemplo. Los científicos han manipulado los genes del protozoo parásito que causa la malaria (Plasmodium falciparum) para crear la vacuna antimalaria más excitante de nuestros días. Los virólogos utilizan la manipulación genética desde hace tiempo para generar vacunas más eficaces contra los virus existentes y emergentes. Hay quien aconseja utilizar “modificación genética” en vez de “manipulación genética” para reducir el impacto político y social de estas tecnologías, en lo que constituye un buen intento de “manipulación” informativa. Lo contrario de la oscuridad no es la propaganda. Es la luz.
Las revistas científicas más influyentes no han destacado este año a las creadoras de la técnica CRISPR de edición genómica –eso ya lo hicieron el año anterior—, sino a los científicos que se han destacado por llamar la atención sobre sus riesgos. El área que más les preocupa es la (bien) llamada “reacción en cadena”, que permite propagar un gen, natural o artificial, por toda una población en solo unas pocas generaciones. El experimento se hizo en insectos, y la verdad es que basta mezclarlo con un poco de imaginación para sentir escalofríos.
Pero incluso este monstruo que preocupa a los propios científicos que lo crearon, como en la obra de Mary Shelley, puede resultar de utilidad en la lucha contra la malaria. Puede propagar por la población de mosquitos de las zonas africanas afectadas un gen o unos cuantos que les compliquen mucho la vida, o que les hagan rechazar al plasmodio infeccioso. El mejor consejo siempre es mantener una mente despejada de prejuicios y abierta al nuevo conocimiento.
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