Retrasar la edad en la que una mujer decide ser madre se ha convertido, más que en una tendencia, en una realidad social. Aquellas que toman la decisión de tener hijos suelen hacerlo más cerca de los 40 que de los 30 años por distintos motivos. Algunas incluso se ven obligadas a ello como consecuencia de ciertos tratamientos médicos.
Sin embargo, la naturaleza va por otro lado y se encarga de recordar que lo óptimo, a efectos biológicos, es tomar la decisión mucho antes.
Este escenario ha convertido a la vitrificación de ovocitos en la técnica más usada cuando se decide posponer el embarazo, ya sea por motivos personales o médicos. De hecho, nació como método de preservación de la fertilidad para aquellas mujeres que iban a someterse a una cirugía de ovarios o a tratamientos oncológicos. No obstante, los profesionales de la reproducción asistida advierten que la edad a la que se congelan los óvulos es un factor de extrema importancia, tal y como han recordado durante las primeras sesiones del Congreso Internacional del IVI que celebra esta semana en Bilbao su séptima edición.
La mujer nace con cerca de un millón de ovocitos, un número que comienza a disminuir antes de la pubertad, quedando entonces en unos 400.000. En cada ciclo menstrual ese número se reduce en 1.000.
“A partir de los 35 años, esta reserva ovárica ya está en casi el 10 % del total y la calidad de los óvulos es peor. Nos encontramos con que una mujer de 40 años apenas tiene óvulos buenos para gestar un niño sin fallos reproductivos y o cromosómicos”, asegura el profesor José Remohí, copresidente y fundador de Instituto Valenciano de Infertilidad (IVI).
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