Si mira en su despensa, no lo verá a primera vista, pero es 
muy probable que el aceite de palma esté ahí, en gran parte de los 
alimentos que almacena. Haga la prueba y revise la etiqueta de sus galletas,
 aperitivos, untables, chocolates, bollería, sopas instantáneas, pizzas o
 helados. El ingrediente, que a veces aparece camuflado bajo otras 
denominaciones, como aceite de palmiste, estearina de palma o incluso el
 nombre de la especie de la que procede, Elaeis guineensis, es el rey de los productos ultraprocesados, la grasa estrella para la industria alimentaria. 
En
 las últimas semanas, está en boca de todos. La polémica sobre su uso ha
 alcanzado tales dimensiones que varias cadenas de supermercados han 
anunciado su intención de prescindir del aceite de palma en sus 
productos de marca blanca e incluso el Congreso de los Diputados ha 
aprobado una proposición no de ley que, entre otras disposiciones, insta
 al Gobierno a restringir el acceso a los productos con aceite de palma 
por parte de la población infantil. La Agencia Española de Consumo, 
Seguridad Alimentaria y Nutrición (AECOSAN) también ha recordado en un 
comunicado que «se está trabajando con la industria alimentaria y otros 
agentes implicados en la reformulación o mejora de la composición de los
 alimentos», lo que incluye la sustitución de las grasas empleadas «por otras vegetales más saludables». 
Pero, ¿qué efectos tiene sobre la salud?, ¿por qué se ha convertido en el último demonio de la alimentación?
En
 primer lugar, el aceite de palma es muy rico en grasas saturadas, por 
lo que «no es recomendable en un contexto de dieta saludable, ya que 
eleva el colesterol y puede favorecer la aterosclerosis y enfermedades cardiovasculares»,
 señala la AECOSAN, que recuerda que las recomendaciones de la 
Organización Mundial de la Salud (OMS) aconsejan reducir la ingesta de 
estas grasas y limitar su consumo a menos del 10% de las calorías 
totales de la dietal.
Al igual que 
la agencia, muchas voces, como la Asociación Española de Pediatría, se 
han manifestado en las últimas semanas asemejando el perfil de este 
aceite con el de otros productos ricos en grasas saturadas y señalando 
que al margen de la recomendación general de limitar el consumo de estas
 grasas «no existen datos específicos concluyentes sobre el consumo de 
aceite de palma, sobre todo cuando se estudia en el contexto de una 
dieta equilibrada». 
Sin embargo, otros especialistas, 
como Aitor Sánchez, dietista-nutricionista, tecnólogo alimentario y 
divulgador científico, consideran que este argumento «supone una simplificación enorme porque hace tiempo que sabemos que no todas las grasas saturadas son iguales». 
El
 perfil de estas grasas, explica, depende mucho de sus características. 
«Y resulta que el aceite de palma está compuesto principalmente por ácido palmítico,
 que se ha demostrado como uno de los menos saludables dentro de los 
saturados, tanto a nivel cardiovascular como en la relación que tiene 
con la aparición de diferentes patologías, como el cáncer». 
Lo más preocupante, subraya, es que para su empleo en la industria, el aceite se somete a un proceso de refinado
 en el que se forman ciertas sustancias, como el glicidol, sus ésteres y
 los MCPD (monocloropropanodiol). Estas moléculas que aparecen al 
calentar la grasa a altas temperaturas (superiores a 200 grados) se han 
asociado con un mayor riesgo de problemas como el cáncer.
Un uso rentable
Es muy barato, por lo que su uso
 es realmente rentable para las compañías». Un tercio del consumo mundial del 
aceite vegetal procede del aceite de palma pese a que su empleo masivo 
no sólo tiene consecuencias para la salud, sino también éticas y 
medioambientales. 
Su método de producción ha sido muy criticado porque ha contribuido a deforestar hectáreas de selva tropical
 (se cultiva principalmente en países como Indonesia o Malasia, que han 
perdido gran parte de sus áreas boscosas) y se han denunciado en 
múltiples ocasiones las precarias condiciones laborales que tienen las 
personas que trabajan en su obtención, así como la expulsión de 
comunidades indígenas que se produce a medida que aumentan las zonas de 
explotación.
La información nutricional que aparece 
en el etiquetado es muy mejorable, coinciden en señalar los expertos 
consultados. «Ahora ha saltado la preocupación por el aceite de palma, 
pero hay situaciones más escandalosas, como por ejemplo que no sea 
obligatorio mencionar la presencia de ácidos grasos trans, cuyos efectos para la salud son mucho más perjudiciales», subraya Miguel Ángel Martínez. 
No
 sólo es legal no detallar la presencia de este ingrediente en los 
productos -puede aparecer bajo la denominación de «grasas hidrogenadas o
 parcialmente hidrogenadas»-, sino que el porcentaje que se emplea puede
 integrarse dentro del porcentaje general de grasas saturadas declaradas
 pese a que sus efectos para la salud son mucho más nocivos. 
Según explica el investigador, las trans
 -que se elaboran mediante un proceso de hidrogenación de aceites 
vegetales- nacieron precisamente para ocupar el lugar de grasas 
saturadas de origen animal en los productos procesados, después de que 
varios estudios asociaran su uso con un aumento del riesgo 
cardiovascular sin saber que su perfil era aún peor que el de sus 
predecesoras. Posteriormente, el uso del aceite de palma también se 
potenció como sustituto de las trans, aunque, nuevamente, no parece la alternativa óptima para la salud de los consumidores. 
La
 polémica en torno al aceite de palma ha hecho que mucha gente haya 
empezado a buscar productos que en su composición no contengan este 
ingrediente, sustituyéndolos por otros que emplean otros tipos de grasa.
 Sin embargo, para los expertos en nutrición, esa «no es la solución del problema». 
«Un ultraprocesado que no contenga aceite de palma no es por ello más saludable.
 Contendrá muy probablemente otras grasas de mala calidad, grandes 
cantidades de azúcares, sal y harinas refinadas, cuyo perfil nutricional
 tampoco es recomendable», apunta Miguel Ángel Lurueña, especialista en 
Tecnología de los Alimentos y consultor científico-tecnológico 
independiente para empresas alimentarias. 
«Se está 
demonizando el aceite de palma, como también ha pasado con el azúcar, 
pero esa no es la cuestión principal. Hay que fijarse en el alimento en 
su conjunto. Y si lo que te preocupa es la salud, lo que tienes que 
hacer es dejar de comer comida ultraprocesada en general, no uno de sus componentes en concreto», añade. 
«No
 comemos nutrientes, sino alimentos», subraya en la misma línea Carlos 
Ríos, que explica que es fundamental tener en cuenta la «matriz 
alimentaria», las interacciones entre todos los componentes de un 
producto y nuestro organismo. La «comida real», la que no pasa por un 
proceso largo de elaboración industrial, puede ser rica en componentes 
como los ácidos grasos saturados, pero, en su conjunto, también posee 
otros elementos beneficiosos que, compensan, al menos en parte, los 
perjuicios asociados a un determinado nutriente, explica. 
Coinciden con su punto de vista Martínez y Sánchez: «La mejor garantía es apostar por los alimentos en los que no es necesario mirar la etiqueta, porque no la tienen.
 Hay que basar la dieta en alimentos frescos o mínimamente manipulados, 
en frutas, verduras, legumbres, carnes no procesadas, porque esos son 
saludables al 100%», remarcan.
«Muchas empresas han 
reaccionado a polémicas como la del aceite de palma retirando el 
componente en cuestión, pero reformulando los productos de forma que 
contengan ingredientes poco saludables, lo que en definitiva es una estrategia de márketing que no aporta nada»,
 reflexiona Lurueña, que también critica que las autoridades reaccionen a
 golpe de polémicas y sólo pongan parches que no abordan el problema de 
la alimentación en su conjunto.
«La dieta de los 
españoles, a día de hoy, no es la mediterránea, sino la ultraprocesada y
 eso tiene una relación directa con el hecho de que las enfermedades 
crónicas no transmisibles, como las cardiovasculares y el cáncer sean 
las principales causas de mortalidad en nuestro país», coincide Ríos. 
«Si queremos que se reduzca el consumo de estos productos procesados 
insanos, ¿por qué no utilizar las mismas estrategias que se utilizaron 
en la lucha contra el tabaco y fueron efectivas?», expone. 
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