sábado, 17 de enero de 2015

La genética y la mente de los deportistas de élite

Tras la secuenciación del genoma humano, en el 2003, los científicos del deporte empezaron a poner a los atletas bajo la luz del microscopio en busca de variantes genéticas que explicaran su talento. Numerosos estudios identificaron genes individuales que asociaron al rendimiento deportivo, como el ATCN3, que produce la proteína alfa actinina 3, fundamental en el proceso de contracción muscular, y cuya variante o alelo R favorece una respuesta explosiva de los músculos, muy útil encompeticiones de velocidad. Según un artículo publicado en Nature, el 85% de los corredores africanos lo tienen, frente al 50% de los euroasiáticos.

O el ACE, el primer gen que se vinculó al rendimiento deportivo, y que al parecer tiene un papel muy importante en la regulación de la presión sanguínea, un factor clave en la escalada de montaña. Ahora bien, ¿hasta qué punto nuestro ADN determina la capacidad atlética? No se sabe. La mayoría de investigaciones sugieren que contribuye de manera significativa, pero eso no significa que una persona que tenga esos alelos determinados vaya a ser un buen deportista. Para empezar, se puede tener la variante del gen deportivo pero que no se exprese, es decir, que no se active. E incluso hay medallistas olímpicos que carecen de las variantes de estos genes. Nuestra biología es sumamente compleja y no se puede reducir a tratar de buscar qué gen se encarga de qué función. La excelencia deportiva tiene que residir en otro lado.

Diferente complexión física entre un atleta de fondo y un velocista

La ciencia también ha investigado qué peso tiene la biología. En noviembre del 2014 se publicó en la revista PLoS ONE un interesante artículo científico que relacionaba la simetría de las rodillas con una mayor capacidad de velocidad. Investigadores de la Universidad de Rutgers, en EE.UU., examinaron las articulaciones de 73 atletas de élite jamaicanos, entre los que había corredores olímpicos e incluso un campeón del mundo, y compararon sus medidas con las de otros 116 jamaicanos que no eran deportistas, con edades y peso similares. Descubrieron que los velocistas tenían las rodillas mucho más simétricas que el resto de la población, sobre todo aquellos que competían en los 100 metros lisos.

En este sentido, para que ese físico beneficioso desarrolle su potencial, el entorno desempeña un papel sumamente importante.

Pero que un deportista llegue a ser un superatleta no sólo tiene que ver con su genética y sí y mucho con sus neuronas. En las últimas dos décadas numerosos estudios han revelado que los fuera de serie tienen un cerebro perfectamente afinado para los requerimientos del deporte que practican. Son persistentes, disciplinados, con una capacidad de concentración superior a la de la mayoría de población. Y unas habilidades de percepción envidiables.

Otro rasgo interesante de la mente deportiva es su enorme capacidad de lo que se denomina “amplitud de la atención visual”. La atención visual nos permite concentrarnos en aquello que es relevante para lo que estamos haciendo a la vez que ignoramos todo tipo de distracciones, y la amplitud es todo aquello a lo que estás prestando atención en cada momento y que cambia en consonancia con la situación. Un jugador de baloncesto que coge la pelota y comienza a correr en dirección a la canasta contraria tiene que estar pendiente del balón, del resto de sus compañeros de equipo y del equipo contrario. Y a la vez debe ignorar los gritos del público. Lo mismo cuando debe lanzar un tiro libre.

Todos los deportistas de élite entrenan muy duro, poseen grandes capacidades y mantienen un estado mental de alerta durante la competición. En cambio, es uno solo el que llega el primero. Los científicos han descubierto que una pequeña región situada en la parte más profunda del cerebro les podría estar dando una ventaja extra. Se trata de la ínsula, que al parecer tiene un papel relevante en las emociones y en las sensaciones corporales. Y según una nueva teoría propuesta por el OptiBrain Center, un consorcio científico con sede en la Universidad de California, esa región se encarga durante la competición de generar predicciones, evaluar cómo se va a sentir el cuerpo si lo forzamos un poco más, cuánta energía va a conllevar ese extra, y en función de esos datos, prioriza y toma decisiones. De alguna manera, evalúa el coste-beneficio. Y si el resultado es positivo, envía órdenes para inundar de hormonas el cerebro del deportista y hacerlo ir un poco más allá, a pesar de la posibilidad de lesión, del dolor muscular, del enorme esfuerzo. Tal vez, consideran los científicos, esta zona es la que ayuda a los velocistas a avanzar de forma más eficiente que sus competidores para arañar las décimas de segundo necesarias para subir al podio.

Esta noticia es un poco larga, pero al que le interese el tema dejo el link de la noticia entera AQUÍ.
FUENTE: La Vanguardia

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