En nuestros orígenes, todos los vertebrados somos perceptiblemente parecidos. Tanto el embrión humano como la tortuga o un delicado polluelo. Sin embargo, al poco tiempo pueden comenzar a apreciarse una serie de cambios radicales que marcarán la diferencia existencial de cada especie.
El caso de la tortuga es, como muchos otros, bastante interesante de estudiar por su peculiaridad. A los 16 días de desarrollo, el embrión realiza unos ajustes determinantes y distintivos. Los huesos de la cintura escapular se deslizan hacia el interior de la caja torácica , dejando espacio para el desarrollo del corazón. Hacia el exterior y por encima de las escápulas, las costillas se desplazan y ensanchan para terminar fusionándose con las mismas escápulas, formando parte del caparazón (parte de su exoesqueleto).
Naoki Irie y su equipo, logrando completar la secuencia del genoma de la tortuga verde y la tortuga china de caparazón blando, parecen haber conseguido averiguar qué es exactamente lo que provoca la aparición del caparazón: parece ser que parte del mecanismo utilizado para la formación de las extremidades se usa para crear el caparazón. Sin embargo, hay una incógnita que sigue pendiente de resolución.
En estos momentos, Naoki intenta comprender por qué la tortuga no ha creado un mecanismo directo y más rápido para la formación del caparazón, un "atajo evolutivo", en sus últimos 250 millones de años de existencia. ¿Por qué no generar la cintura escapular dentro de la caja torácica desde el principio?
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