Paul Franken lleva años buscando la respuesta a una pregunta sencilla en apariencia: ¿por qué necesitamos dormir? “Los humanos pasamos un tercio de nuestra vida durmiendo, pero realmente no sabemos por qué tenemos que perder la consciencia para obtener todos los beneficios biológicos del descanso”, explica este biólogo de la Universidad de la Universidad de Lausana (Suiza).
Puede que el sueño sea un complejo mecanismo neurológico destinado a evitar muchas enfermedades. La falta de sueño está asociada a un mayor riesgo de adicciones, enfermedades mentales, obesidad, diabetes y dolencias cardiovasculares. El equipo de Franken ha demostrado que una disrupción moderada del sueño cambia radicalmente el metabolismo. En sus estudios su equipo ha visto que cuando un ratón duerme la mitad de horas se trastoca hasta el 80% del funcionamiento de su organismo a nivel genético. Por ejemplo, la falta de sueño hace que el hígado empiece a segregar “enzimas que predisponen a un individuo a no recuperarse de los efectos nocivos de la pérdida de sueño”, asegura Franken. El investigador ha sido uno de los 16 expertos internacionales que han visitado Madrid para participar en el simposio Patología del Sueño: de la Neurobiología a las manifestaciones sistémicas, organizado por la Fundación Ramón Areces.
Una falta total de sueño lleva a la muerte en unos días, según se ha observado en estudios con roedores. Los animales sufren un desequilibrio metabólico, comienzan a perder rápidamente calorías y aumentan la ingesta de alimento para compensar, pero la pérdida es más rápida y sucede un fallo metabólico. Al mismo tiempo el sistema inmune deja de funcionar correctamente y aparecen infecciones. Estos síntomas se parecen a los que experimentan los humanos con trastornos del sueño como el insomnio crónico, que sufre un 13% de la población, y apuntan las claves sobre las funciones de este proceso fundamental, dice Diego García-Borreguero, presidente del comité científico de la Sociedad Española del Sueño y coordinador del congreso.
“Sabemos que no se puede vivir sin dormir pero no sabemos la función exacta que tiene”, resume el médico. “El cansancio por la falta de sueño hace que las personas se muevan menos. También hace que se segregue menos leptina, una proteína que dilata las paredes del estómago y crea una sensación de saciedad. A la vez se produce más ghrelina, una hormona que aumenta el apetito. Claramente la falta de horas de sueño nos está haciendo más obesos”, comenta.
Para este médico, la mayoría de la gente no es consciente de los perjuicios de la falta de sueño en la salud. “Tenemos un concepto elástico del sueño, como si fuera un chicle que podemos contraer cuando no hay tiempo de dormir y estirarlo después”, explica. Pero no funciona así. Compensar el sueño perdido con un atracón de horas en la cama “alivia los síntomas conductuales, como la tensión y el cansancio, pero no las consecuencias para el sistema endocrino y cardiovascular”, señala el médico.
Se piensa que una de las funciones fundamentales del sueño es clasificar y preservar los recuerdos acumulados durante el día. Durante el sueño profundo se activan las mismas áreas del encéfalo que se encendieron cuando se grabaron experiencias importantes, un proceso que puede estar relacionado con el fortalecimiento de esas memorias y el descarte de las irrelevantes. “Probablemente esa es una de las razones por las que dormimos”, explica Susanne Diekelmann, de la Universidad de Tubinga, en Alemania. “El cerebro tiene que apagarse y aislarse del mundo exterior para no interrumpir el proceso de refuerzo, de lo contrario podríamos revivir experiencias pasadas y sufriríamos alucinaciones”, argumenta. Su equipo es uno de los que ha demostrado que se puede controlar este proceso con estímulos sensoriales. Si una persona almacena un recuerdo y a la vez percibe un olor determinado, después, durante el sueño, la presencia de ese mismo aroma basta para que recupere ese recuerdo y lo refuerce de forma inconsciente. Al día siguiente, las memorias asociadas a olores son más fuertes que las que no contaban con ese aliciente sensorial. “Este tipo de investigaciones podrían llevar a nuevos tratamientos para personas en rehabilitación, por ejemplo las que tienen que volver a aprender a andar después de un infarto cerebral”, dice Diekelmann.
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