Una leyenda urbana dice que más del 10% de los niños no son hijos del padre que los cría. La cifra, alimentada por supuestos estudios científicos y algunos laboratorios de prueba de paternidad, no parece descabellada. En otras especies donde se estila la monogamia como estrategia reproductiva, el porcentaje de crías concebidas fuera de la pareja es similar o mayor. Sin embargo, la genética de muestra que la falsa paternidad entre los humanos apenas llega al 1%.
En los mamíferos no hay muchas especies monógamas pero sí en otras clases de animales. Entre las aves paseriformes, en el 90% de las especies la norma son las parejas de larga duración. Sin embargo, en muchas ocasiones se trata de una monogamia social, poco practicada. Este comportamiento es una de las estrategias que la selección sexual ha ideado para asegurar el éxito reproductivo. Con sus aventuras extra matrimoniales, las hembras se aseguran el éxito reproductivo en caso de infertilidad del macho y la diversidad genética. Como los pájaros, los humanos tradicionalmente son monógamos sociales, pero ¿hasta qué grado?
Ellos parten del análisis del cromosoma Y. Al transmitirse exclusivamente por vía paterna y con escaso margen para la recombinación genética, hijos y padres biológicos deben compartir esta parte del genoma.
"El cromosoma Y es muy interesante ya que cuenta con diferentes marcadores con diferentes ratios de mutación", explica el biólogo belga.
Entre las investigaciones recogidas por este trabajo publicado en Trends in Ecology & Evolution, destaca la realizada en 2012 en Alemania, que tenía por objetivo estudiar un problema genético de incompatibilidad entre padres e hijos para un transplante de médula ósea. La investigación, en la que participó casi un millar de padres e hijos sirvió para mostrar que apenas el 0,94% de ellos no tenían relación biológica alguna.
Sin embargo, este bajo porcentaje podría ser fruto más de la cultura que de la biología: ser ahora muy reducido y haber sido más elevado en el pasado. Esta objeción se basaría en que ahora existen métodos anticonceptivos y un conocimiento de las enfermedades de transmisión sexual que antes no existía. Ambos factores podrían enmascarar el porcentaje potencial y pasado de hijos fuera de la pareja.
Pero la investigación de Larmuseau no se limita a la cifra actual de falsos padres, sino que remonta sus cálculos varios siglos atrás, cuando solo existían métodos naturales de control de la natalidad.
Para determinar la ratio de los que no eran biológicamente hijos de sus padres, los investigadores aprovecharon que mientras unos marcadores genéticos tienen una frecuencia de mutación más o menos fija, otros rara vez cambian. Así pudieron comparar entre individuos del mismo linaje familiar y determinar que, entre los flamencos, el porcentaje de falsos padres en cada generación ha sido del 0,91% de media desde hace 400 años.
Tanto para Larmuseau como para Calafell, la ratio tan baja de padres que crían hijos que no son suyos entre los humanos en comparación a otras especies puede deberse a los potenciales costes para la mujer: la agresión física, el abandono, el divorcio o la sanción religiosa, operan para que las humanas no arriesguen como las aves.
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