Investigadores chinos están detrás de
una polémica técnica para ‘cortar’ genes indeseados y ‘pegar’ otros mejores en
embriones humanos
El pasado diciembre, cuando en París se celebraba la Cumbre
del Clima, otra reunión de alto nivel internacional –mucho menos mediática,
pero asimismo con implicaciones trascendentales– tenía lugar en Washington
(Estados Unidos) de forma mucho más discreta: la Cumbre Internacional sobre la
Edición del Genoma Humano, entre el 1 y el 3 de diciembre.
La conferencia se
convocó a raíz de un hecho científico sin precedentes ocurrido a principios de
año: la modificación del genoma de unos embriones humanos –no viables–,
obtenidos en clínicas de fertilidad, realizada por investigadores chinos de la
Universidad Sun Yat-sen de Guangzhou, al sur del país.
A lo que aspiraron en ese momento fue a reparar, sin éxito,
el gen responsable de una enfermedad de la sangre potencialmente mortal (la
beta-talasemia). Pero el solo hecho de que lo hubieran intentado – y que el
resto del mundo se hubiera enterado a toro pasado– desató las alarmas y
suspicacias de la comunidad científica internacional. Como era de esperar, la
cumbre evidenció una divergencia de criterios éticos que dista mucho de poder
ser consensuada.
Uno de los grandes
hitos científicos de 2015
Los científicos asiáticos emplearon una revolucionaria
técnica de edición genética conocida como CRISPR-Cas 9, que la revista Science
calificó de hito científico de 2015. Las siglas responden a Clustered Regularly
Interspaced Short Palindromic, que en español se denomina Repetidos Cortos
Palindrómicos Aglomerados Regularmente Interespaciados. Palabrejas científicas
aparte, podríamos definir a los CRISPRs como secuencias cortas que se repiten
dentro del ADN y que se leen igual del derecho que del revés (de ahí lo de
palindrómicos). Estas secuencias repetidas se hallan en muchos tipos de
microorganismos, como bacterias o arqueas, seres unicelulares ancestrales a los
que les debemos el origen de la vida en la Tierra. El añadido Cas 9 es
importante: hace referencia a unos genes que, asociados a los CRIPRs, generan
unas proteínas, las nucleasas, capaces de realizar hazañas increíbles. La
técnica CRISPR permite alterar el genoma de forma fácil, eficaz y barata.
Resumiendo, el sistema CRISPR-Cas 9 es un fantástico sistema de defensa con el
que estos microorganismos se defienden de ataques externos como los perpetrados
por los virus. Las nucleasas no solo saben destruir el ADN viral, sino que son
capaces, además, de coger parte del material genético del enemigo e integrarlo
dentro de sus secuencias CRISPR, lo que le otorga al microorganismo inmunidad
frente a futuros ataques. Y no solo a él, también a su descendencia. Wow,
pensaron muchos investigadores. ¿Y si ese sistema de defensa pudiera ser
introducido en las células de otras especies, también la humana, con el
objetivo de editar su ADN? ¿Y si se pudiera utilizar para cortar genes
indeseados y/o añadir otros más favorables? Tras años de investigación, dos
bioquímicas, la francesa Emmanuelle Charpentier y la estadounidense Jennifer
Doudna, demostraron por separado, en 2012, que eso era posible: el CRISPR-Cas 9
podía ser utilizado como una verdadera tijera molecular con la que editar el
abecedario genético. Fue un hallazgo que ha hecho historia y por ello, en 2015,
obtuvieron el Premio Princesa de Asturias de Investigación Científica y
Técnica.
Sus estudios, según recoge el acta del premio, “han
conducido al desarrollo de una tecnología que permite modificar genes, con gran
precisión y sencillez en todo tipo de células, posibilitando cambios que
suponen una verdadera edición del genoma. Esta metodología permite eliminar,
activar, inactivar, incluso corregir, cualquier gen, dando lugar a diversas
aplicaciones tanto en investigación básica como en agricultura, ganadería y
biomedicina y abre así la posibilidad de desarrollar tratamientos dirigidos a
enfermedades genéticas que actualmente carecen de terapias eficaces”.
PRIMEROS ANIMALES
Esas ‘tijeras genéticas’ ya han sido probadas en cultivos de
células humanas. Además, se han utilizado, entre otras cosas, para ‘customizar’
el genoma de dos macacos gemelos y para crear (eliminando el gen que produce la
miostatina, limitante de la formación de masa muscular) dos perros Beagle
extramusculados. El descubrimiento, de inmenso potencial, espoleó a otro
investigador, el chino Feng Zhang, del Instituto Tecnológico de Massachusetts
(MIT), a conseguir antes que nadie gran parte de la patente del uso de CRISPR
con animales y humanos en EE UU, tras aportar la documentación que demostraba
que él había descubierto el sistema de marras en primer lugar. Como era de
esperar, quién hizo qué y cuándo ha desencadenado un verdadero culebrón y un
litigio que espera sentencia. ¿El objetivo? Conseguir una porción de un pastel
que promete ser de lo más lucrativo. Y polémico. Porque… ¿servirá para mejorar
las producciones agrícolas y contribuir a paliar el hambre en el mundo? ¿Podrá
aplicarse, como se prevé, a la erradicación de la malaria, soltando en áreas
afectadas mosquitos con el ADN manipulado para que, al cruzarse con sus
congéneres portadores, logren una descendencia que no transmita el paludismo?
¿Será útil para acabar con devastadoras enfermedades de origen génico? ¿O se
utilizará para otros fines más peliagudos como por ejemplo replicar
genéticamente bebés de diseño, modificar el carácter de las personas o fabricar
bioarmas?
Mientras muchos
animales son manipulados, todavía no se han sentado las bases de lo que es o no
es permisible en este campo. Para más inri, la técnica CRISPR permite alterar
el genoma de forma fácil, eficaz y barata. La Unesco (Organización de las
Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura) ha pedido una
moratoria para debatir qué se puede hacer y qué no, especialmente con el genoma
humano, para evitar una manipulación inmoral en los rasgos hereditarios, y
opina que las intervenciones “deberían admitirse solo por razones de
prevención, diagnóstico y terapia, sin que implique modificaciones para los
descendientes”.
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