Los seres humanos llevan
milenios manipulando genéticamente a otros seres vivos, a través de los cruces
entre animales o plantas o incluso bombardeándolos con rayos X. Pero, hasta
hace poco, intervenir con precisión en el ADN cambiando un simple gen requería
mucho tiempo y trabajo. Tecnologías como los dedos de zinc, una especie de
tijeras que permiten seleccionar con precisión la parte de ADN que se pretende
manipular, comenzaron a cambiar la situación y ya han mostrado su potencial para combatir infecciones como el VIH. Sin embargo, estas
técnicas siguen siendo caras y difíciles de utilizar en comparación con el CRISPR.
El trabajo con este sistema es, según explicaba en EL PAÍS el investigador del Centro
Nacional de Biotecnología del CSIC Lluis Montoliu, similar a la labor de
edición de un procesador de textos: “Puedes cambiar desde una letra [una base]
hasta un párrafo [un gen]”. Los científicos ya han utilizado esta tecnología
para corregir las erratas genéticas que producen enfermedades como la distrofia
muscular, en la que un solo gen fallido desencadena la dolencia. Para las
enfermedades que dependen de la actividad de muchos genes, la mayoría, la
capacidad para borrar o reemplazar trozos de ADN servirá para acelerar la
comprensión de las interacciones entre esos genes y su relación con la
enfermedad.
El sistema tiene dos
componentes básicos: un trozo de ARN, el mensajero de la información genética,
que sirve de guía para identificar el fragmento de ADN que se quiere editar, y
una enzima que lo corta. Esta herramienta tiene su origen en un sistema de
defensa de las bacterias, que utilizan el CRISPR para integrar el material
genético de los virus que les atacan y guardarlo en su propio ADN para
reconocerlo y utilizarlo en una próxima infección. Cuando llega, con la muestra
almacenada en su base de datos de virus peligrosos, la bacteria envía el ARN
guía hasta el virus que es extirpado con la enzima a modo de bisturí.
La técnica ya se ha
probado con éxito en ratones, monos y perros. Los científicos sueñan ya con las
aplicaciones médicas del CRISPR , que permitiría curar enfermedades genéticas
en la línea germinal de los pacientes. Esto significaría que no solo se repararía
su problema, sino que se acabaría con la dolencia en su descendencia. Aunque
hacer esto es ilegal en muchos países, un
grupo de científicos chinos ya ha modificado embriones humanos con este sistema
y en Reino Unido ya han pedido
permiso para seguir ese camino.
En ambos casos, se trata de embriones inviables, que no pueden acabar en un
nacimiento.
Además de convertirse en
una herramienta que ya es habitual en laboratorios de todo el mundo, el CRISPR
ya ha dado recompensas a sus descubridores. Este año, Emmanuelle Charpentier,
francesa, y Jennifer Doudna,
estadounidense, las dos principales responsables de esta revolución, recibieron
el premio Princesa de Asturias de Investigación, y
se considera casi seguro que pronto recogerán el Nobel. Además, ambas trabajan
ya con el apoyo de importantes inversores para desarrollar aplicaciones médicas
a partir de su método.
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